Escritor, novelista, autor dramático, filósofo, redactor de reseñas para la Enciclo
pedia, autor de una abundante correspondencia, encarcelado por sus ideas, creador de la
crítica literaria y materialista anticlerical. Escritor que tanto la literatura como la filosofía
rechazan sin que ninguna le conceda un lugar digno.
Contra los amantes del orden.
A. —¿Hay que civilizar al hombre o hay que dejarlo abandonado
a su instinto?
B. —¿Debo responder con precisión?
A. —Sin duda
B. —Si os proponéis ser su tirano, civilizadlo; envenenadlo como
mejor podáis con una moral contraria a la naturaleza; ponedle tra
bas de todas clases; interceptad sus movimientos con toda clase de
obstáculos; atadlo a fantasmas que lo atemorizen; eternizad la gue
rra en el interior de la caverna y que el hombre natural está siempre
encadenado a los pies del hombre moral. ¿Queréis que sea libre y
feliz? No os metáis en sus asuntos: bastantes incidentes imprevistos
se encargarán de conducirlo a la luz y a la depravación; y tened para
siempre la seguridad de que no fue para vos sino para ellos mismos
por lo que aquellos sabios legisladores os amasaron y os manipula
ron como lo fuisteis. Apelo a todas las instituciones políticas, civiles
y religiosas: examinadlas profundamente; o me equivoco mucho o
veréis a la especie humana plegarse, siglo tras siglo, bajo el yugo que
un puñado de tunantes se habían prometido imponerle. Desconfiad
del que quiere restablecer el orden. Ordenar es siempre convertirse
en dueño de los demás molestándolos.
lunes, 27 de junio de 2011
Denis Diderot (francés, 1713-1784)
Robert Graves, Los Mitos Griegos
Desde que revisé Los mitos griegos en 1958 he vuelto a meditar
acerca del dios borracho Dioniso, de los centauros con su reputa-
ción contradictoria de prudencia y mala conducta y también sobre
la naturaleza de la ambrosía y el néctar divinos. Estos temas están
estrechamente relacionados, porque los centauros adoraban a
Dioniso, cuyo salvaje banquete otoñal se llamaba «la Ambrosía».
Ahora ya no creo que cuando sus Ménades recorrían airadas el
campo despedazando a animales o niños (véase 27.f) y se jactaban
después de haber hecho el viaje de ida y vuelta a la India (véase
27.c) se habían embriagado únicamente con vino o con cerveza de
hiedra (véase 27.3). Las pruebas, resumidas en mi What Food the
Centaurs Ate (Steps: Cassel and C° 1958, páginas 319-343), su-
gieren que los Sátiros (miembros de tribus cuyo tótem era la ca-
bra), los Centauros (miembros de tribus cuyo tótem era el caballo)
y sus Ménades utilizaban esas bebidas para suavizar los tragos de
una droga mucho más fuerte: a saber, un hongo crudo, amanita
muscaria, que produce alucinaciones, desenfrenos insensatos, vi-
sión profética, energía erótica y una notable fuerza muscular. Este
éxtasis, que dura varias horas, da paso a una inercia completa, fe-
nómeno que explicaría la fábula según la cual Licurgo, armado
con sólo un aguijón, derrotó al ejército de Ménades y Sátiros bo-
rrachos de Dioniso después de su regreso victorioso de la India
(véase 27.e).
En un espejo etrusco aparece grabado el amanita muscaria a los
pies de Ixión un héroe tesalio que comía ambrosía entre los dioses
(véase 63.b). Varios mitos (véase 102, 126, etc.) concuerdan con
mi teoría de que sus descendientes, los Centauros, comían ese
hongo, y, según algunos historiadores, lo emplearon más tarde los
nórdicos «frenéticos» para adquirir una fuerza temeraria en la ba-
talla. Ahora creo que la «ambrosía» y el «néctar» eran hongos in-
toxicantes; sin duda el amanita muscaria, pero quizá también
otros, especialmente un hongo de estercolero pequeño y delgado
llamado panaeolus papilionaceus , que produce alucinaciones in-
nocuas y muy agradables. Un hongo bastante parecido a éste apa-
rece en un jarrón ático entre los cascos del Centauro Neso. Los
«dioses» para quienes en los mitos se reservaban la ambrosía y el
néctar eran sin duda reinas y reyes sagrados de la era pre-clásica.
El delito del rey Tántalo (véase 108.c) consistió en que violó el
tabú al invitar a plebeyos a compartir su ambrosía.
Los reinados sagrados de mujeres y de hombres se extinguieron
en Grecia; la ambrosía se convirtió entonces, según parece, en el
elemento secreto de los Misterios eleusinos y órficos y de otros
asociados con Dioniso. En todo caso, los participantes juraban
guardar silencio acerca de lo que comían y bebían, tenían visiones
inolvidables y se les prometía la inmortalidad. La «ambrosía» que
se concedía a los vencedores en las carreras pedestres olímpicas,
cuando la victoria ya no les confería la dignidad de rey sagrado,
era claramente un sustituto: una mezcla de alimentos cuyas letras
iniciales según demostré en What Food the Centaurs Ate, forma-
ban la palabra griega que significa «hongo». Las recetas citadas
por los autores clásicos para el néctar y el cecyon, la bebida con
sabor a menta que tomó Deméter en Eleusis, también formaban la
palabra «hongo».
Yo mismo he comido el hongo alucinante llamado psilocybe ,
una ambrosía divina utilizada por los indios masatecas de la pro-
vincia de Oaxaca, en México; he oído a la sacerdotisa invocar a
Tlaloc, el dios de los hongos, y he visto visiones transcendentales.
Por este motivo convengo totalmente con R. Gordón Wasson, el
descubridor americano de este rito antiguo, en que las ideas euro-
peas acerca del cielo y el infierno pueden muy bien haberse deri-
vado de misterios análogos. Tlaloc fue engendrado por el rayo;
también lo fue Dioniso (véase 14.c); y en el folklore griego, como
en el masateca, también lo son todos los hongos, llamados prover-
bialmente «alimento de los dioses» en ambos idiomas. Tlaloc lle-
vaba una corona de serpientes, y Dioniso también (véase 27.a).
Tlaloc tenía un refugio bajo el agua, y también lo tenía Dioniso
(véase 27.c). La costumbre salvaje de las Ménades de arrancar las
cabezas de sus víctimas (véase 27.f y 28.d) podría referirse alegó-
ricamente al desgarramiento de la cabeza del hongo sagrado, pues
en México jamás se come el tallo. Leemos que Perseo, un rey sa-
grado de Argos, se convirtió al culto de Dioniso (véase 27.j) y dio
a Micenas ese nombre por un hongo que encontró en aquel lugar
y que al arrancarlo descubrió una corriente de agua (véase 73.r).
El emblema de Tlaloc era un sapo igual que el de Argos; y de la
boca del sapo de Tlaloc en el fresco de Tempentitla brota una co-
rriente de agua. ¿Pero en qué época estuvieron en contacto las
culturas europea y de la América Central?
Estas teorías exigen una mayor investigación y por lo tanto no
he incluido mis hallazgos en el texto de la presente edición. La
ayuda de cualquier experto en la solución del problema sería muy
apreciada.
R. G.
Deyá, Mallorca, España
1960